Los
mundiales se nutren de la memoria visual. De jugadas de fantasía, y hombres, en
ocasiones impronunciables, cuya mención despliega recuerdos y sonrisas.
Palabras que evocan momentos: la mano de Dios, la vuvuzela, el indomable balón
de Sudáfrica ‘Jabulanis‘, la música de Herbert Groenmeyer para Alemania 2006, o
Pique, ese chile bigotón que sirvió de mascota para México 86.
Pero mucho
antes de que el Brazuca ruede, y la samba se apodere de las tribunas de la
Arena Corinthians, en Sao Paulo, la euforia por los afiches, fetiches y
memorias mundialistas ya tiene un primer referente: Panini.
El álbum
oficial de la copa del mundo, y sus más de seiscientas cuarenta estampas se han
convertido en el fenómeno de moda para coleccionistas de todas las edades. Una
moda que lo invade todo. Tienditas de la esquina, pláticas entre amigos y
colegas, artículos en medios de comunicación, y espacios comunes.
En esta
ocasión el fenómeno ha crecido gracias al papel de las redes sociales, en donde
existen grupos dedicados exclusivamente al intercambio de estampas. Por poner
un ejemplo, el grupo de Facebook creado para intercambiar estampas contaba para
el 6 de junio con alrededor de tres mil trescientos integrantes.
En el
inframundo de los seguidores de Panini, lo mismo se pactan citas a ciegas
frente a la fuente de rectoría de la UAQ, que invasiones a las áreas de
alimentos de plazas comerciales. En el mundo Panini, la moneda de cambio común
es la estampa, mientras los cromos se constituyen en una especie de metal
precioso que permite especular, y negociar de acuerdo a las necesidades del
mercado.
Pero hubo
un tiempo en que el mundial no tenía treinta y dos equipos, ni era posible
seguirlo por internet. Un mundo donde España no era la potencia que hoy se
encuentra en la cima de la cadena alimenticia del balompié, y el fútbol no era
ocupado por los legisladores para discutir reformas estructurales.
En ese
mundo creció Paco Vázquez, quien recuerda que las primeras justas mundialista
que pudo ver fueron las de Inglaterra 66, y México 70.
“Era una
efervescencia muy bonita -narra Paquito-,te unía, te acercaba y practicabas el
fútbol”.
Recuerda
que la primer reliquia coleccionable que pudo tocar consistió en una base de
cartulina, en la cual se colocaban unas tapas de metal, en las cuales estaban
impresos los nombres y banderas de los participantes del torneo.
El
coleccionador se llenaba poco a poco, de a cuerdo al lugar que ocupaba cada uno
de los equipos, hasta colocar la ficha del ganador. Demasiado colorido y
tentador como para que un pequeño no quisiera usarlo para jugar.
“Se
colocaban en el cuadro que el tenía, muy bonitas, como para coleccionarlas,
entonces nosotros de chavitos, que no entendíamos el valor de esas cosas que en
1970 se promovía, jugábamos con ellas, jugábamos entre los primos, que un
volado”.
De las
tapitas conmemorativas del abuelo no quedó nada. El ciclo mundialista siguiente
la moda cambió. Vinieron las bandas para la cabeza, con frases del momento. Los
cilindros para agua, los balones conmemorativos.
“Coleccionábamos
los balones entre nosotros mismos, porque varios tenían el nombre de un equipo
y otros venían todos los equipos, recuerdo cuando estaba en la secundaria,
cuando ingrese a la prepa algunos de los mundiales”
Aunque
Paquito no recuerda bien los fetiches que se vendieron cuando el mundial regresó
a México en 1986, si tiene presente que pudo atesorar algunos autógrafos de
jugadores que se quedaron en su natal Abasolo.
La memoria
le insiste en que se trataba de Canadá, equipo que disfrutó del balneario, la
cancha reacondicionada, y la hospitalidad local.
“Toda la
gente íbamos a esa parte a los autógrafos, aunque no conocíamos bien al jugador
mundialista le pedíamos su autógrafo, ya después veíamos el nombre, checábamos
en los periódicos o le preguntábamos a los compañeros oye ¿quien es él?”.
Si bien
conserva fotografías de la clase política queretana, reunida con jugadores de
Alemania, desconoce si el baúl de los recuerdos engulló las firmas de aquellos
mundialistas, o si el cuidado de mamá logró salvarlos con la delicadeza que
solo ella pudo procurar.
Ya con hijos, y nietos, las lecciones del pasado le han enseñado a guardar con recelo los coleccionables que ha encontrado en los últimos mundiales.
Mientras éstos
aumentan su valor, en un lugar donde estén a salvo de servir como juguetes,
inculca los valores que recibió de su abuelo, de la familia, y de los amigos
con quienes compartió las primeras tardes futboleras.
“Trato de inculcarles que sea una representación para unificar a la familia, y que guarden algo representativo del mundial en turno, se los regalo y les digo, me lo vas a guardar, y le digo, yo quiero verlo para el próximo mundial.”
Foto: De mi propio Álbum Brasil 2014
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