La del futbolista que declara que le espera un partido difícil, aunque para sus adentros crea que el rival sea digno de una cancha llanera, y no de un estadio mundialista.
También el palabrerío del funcionario de ocasión que asegura que las cosas van mejor, y que las decisiones son dolorosas, y en beneficio de la nación.
La verdad no dicha sólo cabe en el rincón de las interpretaciones, por más evidentes que sean las metáforas y las piedras.
Pero hoy me tocó vestir de político.
Quizá era más fácil llegar a un consultorio y decir al encargado en turno, que se ahorrara la inspección, y la palita de madera, y que en el acto me recetara cualquier cosa, para comprobar ante una dependencia que el resfriado que me aqueja me impide acudir de manera regular por los próximos días.
En tiempos más crueles habría sido una rutina de 3 minutos, para destrozar el corazón de seis años de estudios e internado, y pedir que simplemente certificaran que las ideas se me fugaban por la nariz.
Pero al final opté por dar dramatismo a la consulta, como sólo los dioses del área chica pueden representar en los albores de un silbatazo final.
Subí a la báscula, acomodé la lengua para el tradicional ahhhh, y reactive la tosecilla que tenía media hora sin asomarse más allá de la bufanda.
Después, las instrucciones fueron algo así como la fórmula para obtener descuentos en el pago del telecable, pero escritas en sánscrito.
"Estas dos son importantes, pero esta tiene que ir con la comida, y esta cada ciertas horas, pero antes de otra, pero por el horario ahorita mejor tomas dos, y la última (quizá es parte del juramento hipocrático recetar un tercer frasco que va a decorar la mesita), cada 12 horas si crece la molestia, y si sigue, en 4 días otra receta".
Para el momento que me preguntaron si había quedado claro, respondí con la desidia del funcionario que dice que todo va bien, mientras buscaba en el bolsillo la fianza que me liberaba del escenario, y certificaba formalmente que la bufanda, el cubrebocas y la moquera no eran efectos de cine, sino un verdadero impedimento para continuar con una terapia.
Afuera esperaba alguien, que por la cara de espera, intuyo que sí requería medicinas, y no justificantes médicos. La maniobra para abandonar el acto no pudo ser más oportuna. Mientras la mujer y sus dos preocupaciones ingresaban a revisión, doblaba a la esquina de la farmacia, para cruzar la calle y disimular la mirada en el puesto de frutas picadas.
El escape perfecto.
Al final queda el nudo en la conciencia.
6 años de dedicación, y la capacidad de googlearlos en la cabeza en segundos, reducidos a 35 pesos.
Y la esperanza de un joven de ayudar a que el mundo sea mejor.
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