¿Cómo le pagas a la música lo que ha hecho por ti?
¿Cómo honras cada momento sublime, cada herida cauterizada,y cada inyección para seguir en el camino a pesar de la sangre y llanto derramados en el campo de batalla?
Tener tu banda, hacer tus canciones, o expandir el culto por los acordes entran en la lista de opciones.
Pero hacen falta unos grados de distancia para que las cosas se vuelvan mágicas.
Korn, la banda que escupía rencor hacia el maltrato infantil pasó por la ciudad. A unos kilómetros de casa, como dijera Milhouse con los Médula Tap. Una noticia tan buena que hizo que un colega me dejara de dirigir la palabra.
Tuve que cumplir con los rituales. Estrenar botas para bautizarlas en la melee. Sacar del baúl la armadura con el nombre del grupo, y el rótulo del metal fest de 2003. Ese donde me tuvieron que sacar entre los hombros de mis camaradas, quienes cargaron con sus heridas, y con su hermano metalero reducido a carnes palpitantes.
Desde afuera se veían a los técnicos realizar la instalación de equipo, y uno que otro extraviado que llegaba con una hora de retraso, para ver a los teloneros.
Mientras contestaban los parias que me esperaban en el interior, algo se salió del guión.
"Al vez tu me puedas ayudar. Necesitan urgentemente un masajista para el concierto de Korn. Aunque suene raro. Pero alguien que se dedique a eso. Recuerdo que tu me comentaste de alguien".
Fueron cinco mensajes que llegaron secuenciados al teléfono. Y cinco minutos extraños.
Del otro lado de la línea, alguien había recibido un mensaje similar que venía de una línea que llegaba hasta la Ciudad de México, quien antes había recibido ese mensaje desde el interior del recinto.
Y así siguió la cadena, en donde yo debía conectar dos eslabones más.
- Juan no me contesta, supongo que ya anda en casa
- gracias. Era para ser masajista de Korn.
- Hay un alumno muy bueno también...
(...)
- Que le marquen, ya me contestó y dice que sí jala (...) está certificado.
Durante las siguientes dos horas el teléfono dejó de existir.
A un costado estaba el camarada que conocí mientras comprábamos el pase en Tacos El Pata. A su lado, el clásico wey que trae en un vaso la chela, en otro la cintura de una chava, y es el primero que se ofende cuando empiezan los empujones. Un poco más alejado, el zonzo que fue por las guamas para todos los compas, y quedó atrapado en la multitud, con tres vasos de a litro, y la burla de la raza que lo rodeó.
Vino Tanus, y las fallas en el sonido local. El silencio, el soundcheck, y los platillos, luego la lira...
Are you readyyyyyyy?
Siguió la explosión de energía, los saltos, y al igual que el comportamiento caótico de las parvadas, un revoloteo.
Los años de experiencia rindieron frutos. Fluir con la marea. Impulsarse. Y ganar posiciones de manera leal.
El saldo. Un moretón en el antebrazo, y disfrutar el concierto completo en cuarta fila.
Las plumillas y el setlist pasaron a centímetros. Los amigos de años previos aparecieron en el ruedo, y en las butacas. Reunidos en un abrazo, tras entonar himnos cargados de ira.
Después la cena, y el gran momento de quitarse la armadura, consagrada una vez más en batalla.
Al día siguiente uno de mis hermanos en la fe metalera me preguntó si sabía porqué Johnatan Davis se tocaba el hombro. No supe responder, pero en el fondo pensé que pudo ser peor.
Los dioses del metal me regalaron una gran noche. Quizá por la devoción. Quizá porque sin esperarlo, fui parte de una de esas luces que se deben encender para que esa noche, como muchas más, se lleve a cabo un ritual.
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