Todo es terror cuando ves el rumor, o avance, según lo quieras llamar. Luego la mensajería de un compadre que lanza la pregunta en el chat de los elegidos. Y el universo colapsa, cuando en medio de la saturación de cosas llega el mensaje de tu jefa, que desde la Ciudad de México busca saber más. Son los minutos posteriores al armaguedón.
Las normas de protección civil dicen que la contingencia no ha terminado de arder, y que llamar a los que llevan el operativo es una lactada
Hay fuentes en el lugar, pero el flujo de información no es garantía. Sólo queda ir. El protocolo exige revisar: máscara antigas, sombrero, cámara, tarjeta SD, grabadora... dinero para la gasolina... no hay pinche dinero para la gasolina.
Paso 2. Logística. Si la carretera está medio cerrada de ida, no hay pex. Si está cerrada de regreso, no volveré con la información. Y lo están. Entonces la memoria revisa y recuerda un camino más digno para una carrera extrema, y para voltearse en una curva, pero que nadie tomaría para ir.
Y es así como armado con 100 pesos para la gas, un telefoto, un sombrero de pescador, y el estéreo a ritmo de metal germánico, el acelerador explota a lo más que soporta.
La pista llega justo al lugar donde los cordones de seguridad cortan el camino a los profanos. Fuselaje a un costado del camino, y pedacería por los carriles restantes.
Soy el último en llegar, el primero en entrar al aire. Estrés nivel caos. Una historia más.
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